El resto de la noche los dos filibusteros y la señorita de Ventimiglia, que se había repuesto rápidamente, lo pasaron alrededor del fuego para secarse los vestidos, no atreviéndose a alejarse de la costa.
Además, antes de tomar alguna decisión querían saber qué había ocurrido al velero. No creían que se hubiera ido a pique, aun estando medio lleno de agua, teniendo como más probable que hubiera encallado en algún otro punto de la costa o en los arrecifes señalados por Pedro el Picardo antes del golpe de mar.
Si se hubiese estrellado a breve distancia, ciertamente los gritos de los náufragos hubieran llegado a oídos de Morgan y de su compañero.
Un ardiente deseo de conocer la suerte de la nave atormentó constantemente al francés y a Morgan, que, apenas los primeros albores disiparon las tinieblas, se dirigieron hacia los mangles con la esperanza de verla.
Sufrieron un cruel desengaño: la nave había desaparecido.
-¿Se habrá ido a pique? -preguntó Carmaux, que pensaba en su amigo Van Stiller-. ¿Qué opináis, señor Morgan?
-Si hubiese naufragado, se verían despojos -repuso el filibustero-. ¿Ves tú cajas, barriles, gallardetes o trozos de amura?
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