Las personas que no presentan problemas psiquiátricos pero sufren grados elevados de pesimismo en un examen de personalidad corren un riesgo más alto de desarrollar demencia. El riesgo, un 30% más alto que entre otras personas menos pesimistas, también se da en la misma proporción entre quienes tienen puntuación alta en un examen sobre depresión. «Aparentemente hay una pauta de dosis-respuesta, esto es que cuanto más altas son las puntuaciones en las pruebas mayor es el riesgo de demencia». La demencia es un trastorno neurológico que afecta a la capacidad para pensar, hablar, razonar, recordar y moverse, y entre sus formas más comunes se mencionan el mal de Alzheimer y la debida a daños cerebrales ocasionada por accidentes vasculares. Aunque son comunes cambios de personalidad como el pesimismo, la depresión, la agitación o la introversión una vez que una persona desarrolla demencia, «los estudios contemporáneos indican que la personalidad es un estilo cognitivo, emocional y de conducta modificable». «Por ejemplo, una persona pesimista puede adquirir las destrezas y hábitos que la lleven a mirar la situación en un contexto más amplio, es decir que tome en cuenta lo positivo, lo negativo y lo neutral, en lugar de que habitualmente deseche lo positivo y lo neutral y magnifique lo negativo». Reflexionar sobre la influencia que ciertos pensamientos tienen sobre nuestras emociones y conductas ayuda a ser menos pesimistas. ¿Quién no tiene un pariente, un amigo o un conocido que continuamente se lamenta de las enfermedades que cree sufrir? A menudo se tilda a estas personas de quejicas y su entorno más cercano, como familiares y amigos, considera que la única razón de los habituales lamentos es conseguir ser el centro de atención. Sin embargo, en muchas ocasiones, se enfrentan sin saberlo y sin hallar la comprensión de quienes les rodean a una enfermedad crónica y de difícil solución: la hipocondría. ¿Enfermos imaginarios? ¿Hipocondríacos? La medicina moderna los denomina "hiperfrecuentadores". Se trata de pacientes que acuden al centro de salud de un modo excesivo o sin un motivo justificado al menos 12 veces al año, que acaparan ya alrededor del 25% de las consultas de Atención Primaria y consumen hasta diez veces más recursos que el resto de los usuarios. Si Molière se hubiera dejado asesorar hoy por expertos en salud pública hubiera tenido que cambiar el género del enfermo imaginario, protagonista de su última comedia: su perfil corresponde a una paciente que aqueja siempre mismo dolor y que, a pesar de las muchas pruebas exploratorias a las que se somete, nunca se le brinda un diagnóstico de dolencia orgánica.