Caminar con Dios, agradarle cada vez más, permanecer en comunión con su Hijo, y abundar en los frutos de la justicia, debe ser el objetivo diario de todo cristiano de verdadero corazón. Pero para hacer esto se requiere un esfuerzo continuo y minucioso, el uso de todos los medios de gracia disponibles, y esperar perpetuamente en el Señor la ayuda prometida de su Espíritu libre.
Si quieres vivir y caminar así, recuerda
que en todo momento necesitas la ayuda de Cristo,
que Cristo tiene la ayuda adecuada a tu necesidad, y
que se complace en concederla.
Acuérdate de cuidar que el corazón esté bien. El corazón es el resorte principal de toda adoración y toda obediencia. De él salen los resultados de la vida y de la muerte. Que el corazón esté caliente de amor al Salvador, y deseoso de una mayor semejanza con Él, y no puede dejar de verse en la vida algo de su santidad, algo de su espíritu manso y humilde.
Recordad que debéis llevar la religión a todo lo que hagáis. Ni una sola palabra o acción del día debe considerarse fuera de la esfera de su influencia. Mi objetivo ha sido exponer esto en una obra anterior, "Día a Día", y nunca se insistirá demasiado en las conciencias de los que profesan ser seguidores del Señor. Practicar la abnegación diaria en las cosas pequeñas, procurar mejorar las menores oportunidades de beneficiar a los más débiles del rebaño, no considerar nunca que haya un momento en que estemos libres de la solemne responsabilidad de glorificar a Dios, es un privilegio bendito no menos que nuestro deber obligado.