La vida universitaria, según todos sus compañeros de clase, y también adultos, era diferente. Era un lugar al que la gente acudía por el mero placer de atender, de aprender, de impregnarse con conocimiento. Los años universitarios, junto a las fiestas y a las relaciones sociales que conllevaban, eran, según todo el mundo con quien hablaba, mágicos.
Pero Carolina no lo veía así; le faltaba algo más.